“En un mundo superior puede ser de otra manera, pero aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces”.
John H. Newman, cardenal y escritor británico
¿Nos hemos enterado todos de que estamos en mitad de un proceso de transformación global? ¿Somos realmente conscientes de que lo digital ha cambiado la baraja y que la economía, la productividad y el consumo deben jugar con otras cartas?
Pues parece que no. Las viejas inercias y los hábitos en los que tantos directivos se sienten cómodos hacen en muchos casos que las empresas sigan navegando entre dos mares: apostando por lo digital y las redes sociales, pero lejos de lo que necesita el cliente; diciendo que la sociabilización es el nuevo reino de Oz, pero pero sin que la transparencia y la información se produzca; abriendo tiendas online, pero las estructuras que deben responder a una nueva demanda siguen siendo jerárquicas, faltas de comunicación y poco flexibles.
Todo esto me recuerda los primeros años del cambio al euro: ya no había más remedio que pagar con la nueva moneda, aunque muchos seguían haciendo sus números con la peseta. Pues enterémonos de una vez, la peseta ya no existe, y la ‘vieja empresa’ va a ser retirada de la circulación.
No hay duda de que las compañías de social media detectamos un esfuerzo de adaptación: blogs, Twitter, fan pages, acciones de marketing online… Sin embargo, diseñar una estrategia de negocio con herramientas virtuales, solo significa recorrer la mitad del camino. El resto del partido se juega de puertas para dentro.
Hagámonos esta pregunta: ¿cómo imaginamos la relación ideal con un cliente? Probablemente habría cierto consenso con estas respuestas:
- Ofreciendo un producto de calidad en el que confiara.
- Vinculándole a la marca (personalización, fidelización, información…).
- Dándole las soluciones que necesite (atención al cliente).
- Demostrando que su opinión importa (foros, chats, redes sociales…).
Ahora traslademos esos objetivos a los equipos de la empresa: confianza, vinculación, iniciativa para dar soluciones y participación en la toma de decisiones. Bienvenidos al verdadero cambio digital protagonizado por los equipos y por los líderes que sepan acometer un proceso transformador complejo pero muy rentable.
Me explicaré mejor con un ejemplo: Valve, una exitosa compañía de videojuegos –entre otras razones porque todos quieren trabajar allí–. Su modelo consiste en una total confianza en las personas que trabajan allí, por eso deciden entre ellos quiénes forman los equipos que elaboran los proyectos, o cuánto tiempo dedican a cada uno, o cómo colaboran entre si. No informan de sus actividades a nadie, solo presentan resultados.
La autoevaluación de los empleados y de los equipos sirve para calibrar las habilidades y la productividad de cada uno. Si alguien no funciona como debe o no se implica, tarde o temprano se notará porque nadie querrá trabajar con él.
“El hecho de no estar gestionados por otros ni emplear nuestro tiempo en gestionar a los demás, ser capaz de formular tus propias ideas y poder trabajar con quien decides para poner un proyecto en marcha, te llena de energía”, comentaba uno de los miembros en una entrevista a la BBC.
Claro que una estructura así tiene debilidades, lógicos teniendo en cuenta que estos modelos están naciendo, evolucionando y mejorando para adaptarse a un entorno que tiene muy poco que ver con el pasado.
Vivir es cambiar, y no todos lo hacen. La prueba del algodón será la productividad: ¿empresas antiguas con un buen lavado de cara o una transformación completa? Lo veremos en los próximos años.
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